Thursday, September 26, 2013

Hay una diosa en mi cuerpo (o ¡Negra, dejá esas calzas!)




Es Madonna, vestida por Thierry Mugler, que lucha por salir pero no puede: está atrapada en el tibio corazón de un volcán de chocolate con helado de vainilla. Y si por ventura tiene la suerte de liberarse, a los diez minutos es secuestrada por un grupo comando de ravioles de zapallo con salsa de champiñones a la vodka, que opera arreglado con un estofado de cordero al romero y papas españolas. Al parecer se trata de un grupo terrorista con conexiones en varios países, que actúan sincronizadamente, con un alto poder de impacto.

Así que a la pobre Madonna que vive en mí (que no hay que confundir con alguna virgen de Lippo Lippi o de Rafael Sanzio), le pasa poco mas o menos lo que le pasa a Patty Diphusa, con el agravante de que, a diferencia de ésta, se encuentra  completamente sola, ya que la porno star internacional y actriz de fotonovelas,  en cambio, tiene a sus fieles amigas Addy Posa y a Ana Conda, lo que no necesariamente garantiza que sean la mejor compañía,  pero algo es algo.

Hubo un tiempo en que la diosa entraba y salía de mi cuerpo cuando le daba la real gana. Inclusive podía ausentarse por épocas, en las que yo pasaba a revestir el aspecto de una “señorita maestra” o de una institutriz inglesa, y regresaba de repente, con toda la furia.
“Those were the days”[1]… el mundo cabía en la palma de mi mano.

Ahora miro con una mirada algo borrosa, no por la nostalgia sino por los primeros signos de la presbicia, esos “bodys”, que yacen en alguna parte del placard, donde se van amontonado las cosas que vamos dejando de usar. Cuando sin querer, buscando zoquetes para dormir, encuentro ese precioso enterito negro de encaje y mangas largas, me pongo reminiscente y sin importar lo que esté haciendo, me voy de inmediato a probármelo. No me toma mucho tiempo descubrir que, de lograr deslizármelo por el tronco, jamás podría llegar a prendérmelo, porque mi flamante talle lo deja un poco mas arriba de las caderas. Pero por alguna razón -que deberé tratar en alguna sesión de sicoanálisis-, me niego a desprenderme de ellos. Los guardo cual reliquias. Quizás algún día puedan servir como piezas de algún museo de antropología o ampliar el stock de algún negocito vintage de mucha onda.

Cuando Madonna logra desembarazarse de sus cancerberos y, al estilo del ultimátum Bourne, se escapa por un rato, sufre un problema que no se si es óptico (por lo de la presbicia) o si ocurre a nivel de la hipófisis (que nunca supe para qué servía), pero que le produce una completa distorsión en el entendimiento y la percepción, lo que me ocasiona no pocos contratiempos, cuando no desencantos. No se si ella, o yo, seguimos creyendo que tengo el cuerpo que tenía a los 20 años. Entonces, cada vez que voy a alguna tienda de lencería, me dirijo, siempre, inexorablemente, hacia la sección de talles mas pequeños.  Siempre, siempre, inexorablemente, debo seguir camino hacia el talle siguiente…, o el que le sigue. Hay que reconocer que hay algo de optimismo en mi actitud. O de obcecación. Porque no me rindo: primero me mido el talle mas pequeño, que no puede contener tanta experiencia, tantos buenos momentos…, y de los otros; y ese corpiño o esa bikini, en señal de reprobación por el descomedido trato que le doy, se ensaña, marcándome ese rollo impúdico que, de otro modo, mato con la indiferencia y una blusa ancha. Debido a ello he tenido que ir reduciendo la lista de mi guardarropa. Por suerte para mí, aunque para consternación de mi santa madre y de mi amigo Gustavo (acerca de cuya santidad no puedo dar fe), la industria textil creó los jerseys elastizados y los tejidos con lycra y spandex y, a partir de allí, el mas grande invento después de la espirulina y el descubrimiento de las propiedades  de la jalea real: las calzas!!! 

Tengo que decir que mi paso por Norteamérica me ha dado las agallas que de otro modo no tendría para usarlas sin el menor escrúpulo. Así me siento a mis anchas (nunca mejor dicho). Por estas razones, la diosa que me habita está completamente  confundida. Cuando se siente inspirada, intenta volver a las andadas. Pero se topa con barreras “arquitectónicas” de toda laya: nuevas sinuosidades, pliegues y laxitudes. ¡Y no sabe qué hacer!
Si se cansa, me deja echada en el sofá viendo películas durante horas.  Pero si resiste, me quiere llevar a caminar –el gimnasio es todavía muy fuerte para mí-, me pone a dieta por un par de días y vamos a por ese jeans que cuesta un ojo de la cara pero que te hace sentir que “tu sigues siendo aquella”. 



Y sin querer, vas aprendiendo a convivir con esta ambivalencia. Con esa mujer que fuiste y la que vas construyendo y te invita a este presente. Sin pelearte histéricamente para que una u otra se imponga. Y vas aceptando lo que fluya.
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[1] Ahh! Qué tiempos aquellos!

Tuesday, September 17, 2013

El amor escrito en el cuerpo



“Lo juro, desde que vi tu cara,
el mundo entero es fraude y fantasía.
El jardín está perplejo y trata de entender
Lo que es una hoja o el florecer.
Los pájaros distraídos ni siquiera pueden
Distinguir el alimento de la trampa.
Una casa de amor sin límites,
Una presencia más Hermosa que Venus o la luna,
Una belleza cuya imágen llena el espejo del alma”.

Jelaluddin Rumi (1207 – 1275) (del libro Divan o Diwan de las Odas a Shams de Tabriz)

Este hermoso poema de quien se considera el más representativo maestro del sufismo, el afgano Rumi, encabezaba la invitación que recibí para asistir a mi primera fiesta de bodas pakistaní, que se celebró de acuerdo al rito musulmán, y a la costumbre y rango de los contrayentes. Los festejos, en este caso, duraron tres días.

Lo que quiero comentar es la parte de la ceremonia del Mendhi, de la escritura en el cuerpo, que se desarrolló al segundo día.

El lujoso salón tenía preparado al fondo todo para la ceremonia: preciosas alfombras sobre las que se habían acomodado almohadones y cojines y al centro, sobre una grada, unos baúles y bancos de madera, y en las esquinas dos sombrillas o parasoles similares a los que usan los tailandeses. Completaban el escenario unas cortinas de colores brillantes, recamadas de canutillos y lentejuelas que de inmediato me transportaron a mi infancia, a los primeros cuentos del Oriente Medio y a las Mil y una noches, cuya versión completa “para adultos”me llegó muchos años después, de la mano de mi querido Carlos J. Aldazábal.

El novio ingresó primero, acompañado por los miembros de su familia. Al rato, transportada en un palanquín llegó la novia, precedida por una cohorte de damas de honor que llevaban bandejas con velas encendidas, flores, frutas y frutos secos, a quienes rodeaban los demás miembros de su familia. Cada familia usaba en vestidos o accesorios un mismo color así que se reconocía fácilmente la pertenencia.

Sonriente como unas pascuas, el novio esperaba sentado a la novia, que se ubicó a su lado, y las familias y amigos pasaron de a uno a saludarlos y desearles buenos augurios. 
Después empezó el banquete consistente en una variada gama de coloridos deliciosos platillos, uno más picante que el otro, pero todos igualmente deliciosos. Currys y salsas diversas, verdes, anaranjadas o rojas, servían para acompañar el cordero, el pollo y la carne de res, que podía acompañarse con arroces y diversas guarniciones de vegetales y comerse con el na-am, el pan característico, con manteca y ajo. Quesos especiados, samosas (empanadas de papa, picantísimas y fritas), y ensaladas -cuyo aliño podía sacarnos más de una lágrima completaban el cuadro. A nadie escapa que la comida india y la pakistaní tienen un poder abrasivo sin precedentes: nadie me saca la idea que queman las papilas gustativas, porque después de la ingesta el paladar pierde toda sensibilidad (y eso deja paso a que después una sienta cierta atracción por temas de la cumbia villera o algunos cantantes marginales, de aquí y allá, de dudoso gusto…)

Y para apagar ese fuego, la blanca y sedosa espuma del mango mezclado con leche azucarada. Desde que probé el mango lassi sostengo que debió haber sido el néctar del océano que los dioses batieron para alcanzar la inmortalidad y que Parvati le dio a beber a Shiva.

Una vez terminada la opípara cena, comenzó la ceremonia del mendhi. La madre de la novia al novio y la del novio a la novia les colgaron collares de flores y les dieron de comer en la boca bocados de manjares diversos mientras los bendecían, les deseaban salud, descendencia y fortuna. Les acercaban  billetes de dólar mientras recitaban mantras para atraer el dinero. Y luego, tomando el polvo del henna o la cúrcuma, que sostenían en hojas de plátano, les hicieron los dibujos rituales, de los que ya hablan los libros védicos y que, según dicen, se hacen para despertar nuestra luz interior, nuestro sol. 
En los casamientos de la India se pintan las manos y los pies con  dibujos filigranados de arabescos y flores o pájaros, que son verdaderas obras de arte. Aquí la pintura fue más bien simbólica. Cuando terminó el ritual todos las mujeres de ambas familias saludaron y bendijeron, en hilera, a los contrayentes y una vez que todo terminó, comenzó una competencia de baile muy entretenida, que permitió el lucimiento de los parientes de cada familia. Fue una suerte de West Side story, pero en este caso los jóvenes y amigos de ambas familias competían por el aplauso de los novios y de los invitados que disfrutábamos del espectáculo. Finalmente, los  novios se unieron al baile en medio de la algarabía general. Yo, que tengo hormigas en los pies y el espíritu de Ginger Rogers, apenas pude me lancé a la pista, a mover las caderas, (que para eso las tengo!) al ritmo del dholak (semejante al durbake o la darabuka de los árabes) y del rubab (de la familia de los laúdes).
Casi tan feliz como los novios, regresé a casa, exudando el curry, el comino y las pimientas y la memoria del jugo emulsionado del mango.

Me pregunté más de una vez por el destino de la joven pareja. La novia no borda sindhi, ni fue forzada a casarse y el novio es tan joven como ella. Son “modernos” y han vivido con sus familias en el Occidente cristiano. Ambos tienen un futuro promisorio. Sólo me cabe desearles que el amor, melifluo pero casquivano, se quede con ellos, todo el tiempo que pueda. Para ellos, en el nombre de Allah, el clemente, el misericordioso, sea su unión bendecida con la mejor de sus creaciones.


Thursday, September 12, 2013

En la mitad de la vida


50 años. Si vivo hasta el año próximo, es la edad que voy a cumplir. Es todo un número. Hasta hace poco sólo podía imaginarlos en una tarjeta de invitación de una sociedad de las que solían llamarse “de socorro mutuo”, para celebrar su larga y fructífera trayectoria en el medio; o  la de algún teatrito que ayudó a la vocación de artistas locales de sueños sin fronteras.

Cuando los amigos mayores llegaban a esa edad,  quienes se atrevían a confesarla, la celebraban con memorables fiestas de cumpleaños en donde se imponía que el champagne corriera como reguero de pólvora y se fumaban esos puros que se reservan para ocasiones especiales, con un cognac tan añejo como el cumpleañero. Si el afortunado se arriesgaba a apagar cincuenta velitas era sólo para darse dique de su estado físico, demostrando la inutilidad de las  espirometrías y los estudios de pulmón, pero nunca, nunca se colocaba el mentado número, con ese estilo que tiene algo de gótico y sans serif, en el pastel de cumpleaños.

Hasta hace poco esa cifra parecía muy importante. Para un infante una persona de 50 representa  “la gente grande”; si tenemos un Golden retriever, como el de las propagandas de las compañías de seguros, el hijo adolescente de un amigo cree que es al solo efecto de ayudarnos a cruzar las calles, y  para esa querida sobrina recién recibida de la universidad, que ya somos incapaces de mover las caderas al ritmo de la salsa o la bachata. Inclusive nuestra madre piensa que ya tiene que dejar de decirnos que salgamos con un saquito por si refresca: seguramente ya somos conscientes de que si salimos sin el saquito, nos pescaremos un resfrío que se puede volver una bronconeumonía en menos de lo que canta un gallo.

Pero ahora hemos venido a descubrir que son apenas un puñado de años!

Los que estamos llegando a la cincuentena, abrevamos  de la vanguardia del “proto punk” hasta darle al rock la sensibilidad del arte, y nos perdimos en el abrasivo efecto sonoro de los sintetizadores; vimos al mundo ponerse patas para arriba y luego acomodarse un poco para volver a descalabrarse nuevamente; asistimos al fin de eras que parecían interminables, conocimos cronopios y famas y, a su turno, también lo fuimos.
Creímos y amamos apasionadamente, y nos equivocamos…, y queremos seguir haciéndolo… y seguimos necesitando, como dice una de mis canciones favoritas de la adolescencia, quien nos siga “parchando” y limpiando la cabeza.
Cuando llegamos a los 50 nos damos cuenta qué pocos que son, que nos falta mucho para conseguir lo que nos habíamos propuesto a los veintipico, que ya sabemos beber “bien”, y por eso ya no nos seducen los vinos baratos, o que es hora de dejarlos, si le hemos estado dando duro, así como al tabaco y otras sustancias, porque el hígado empieza a quejarse o porque ya no podemos llegar con aire al rellano de la escalera, y porque ahora debemos cambiar la droga por algo que nos ayude a conciliar el sueño o, como diría Hemingway, a superar la noche.

Cuando llegamos a los 50 nadie se va a escandalizar si nos fumamos un porro en una reunión social, si un hermano nos confiesa finalmente que es gay, y que lo ha sido siempre, claro, o si te confiesas con detalles -como quien habla de las últimas tendencias de la moda-, la vida sexual que tienes con un amante, cuya existencia jamás develaste.
Cuando llegamos a los 50 nos siguen gustando los zapatos y las bikinis, mascar chicle y estar despeinadas y  bailar al  ritmo pegadizo de una cumbia  que nos llama, como a la burra el trigo,  aunque al día siguiente debamos  reposar como la maja de Velázquez, aunque sin su elegancia, previa ingesta de un par de anti-inflamatorios, porque ya sabemos que estaremos sin poder mover las articulaciones por tres días.

Cuando llegamos a los 50 nos damos cuenta que  tenemos el aplomo para mirar la vida cara a cara, que podemos levantarnos si tropezamos, y seguir caminando, y que lo mejor está por venir, porque estamos hechos de la misma materia que los sueños.
¿Cuál es el tuyo?
La foto de la pintura fue tomada durante una vernisage en Tribeca, NY. Lamentablemente extravié el nombre de su autor.

Friday, September 6, 2013

TORONTO O EL ATAJO HACIA ASIA








Toronto o el atajo hacia Asia

Cuando mi vida de tratamundos me llevó a recalar en la Nueva Inglaterra, los regresos a Toronto, donde tenía residencia oficial,  empezaron a convertirse en verdaderas excursiones que, coincidentemente, terminaban en algún restaurante del lejano Oriente.
¿Qué razones guiaban mis pasos, o mejor dicho los de mi paladar? Las desconozco. Si he de arriesgar alguna, diría una verdad inconfesable: que siempre me gustó el uso que le dan los asiáticos en general, y los chinos en particular, a los nombres de las flores, de las frutas y las piedras preciosas.
Los occidentales tenemos predilección por el uso de palabras sofisticadas y por poner nuestro nombre al frente de nuestra empresa o de nuestra tienda. Y eso es comprensible desde todo punto de vista: produce una satisfacción que hincha el estómago ver lo que hemos logrado, tanto más si lo hicimos de la nada, como la creación. Entonces queremos mostrar al mundo que nuestro esfuerzo valió la pena y que conseguimos que una H signifique Hilton si hablamos de hoteles y que J.C. López e Hijos refiera, por ejemplo, a una firma de muebles de oficina.
Pero no somos afectos a denominaciones como “La perla dorada”, “Jade” o “Cerezos en flor”, que dan cuenta de una verdadera devoción, diría minimalista, por rescatar lo que la naturaleza nos ofrece.
Cuando en el camino me encuentro con un restaurante que lleva por nombre Bambú Verde o Arrolladitos Primavera, en seguida me siento invitada.
Apenas atravesar la puerta,  nuestro apetito se despierta con los aromas que salen de la cocina. Y el sabor característico de los fideos de arroz rehogados en salsa de soja  y  las especiadas salsas de frutos de mar nos endulza la mirada. Estoy convencida que mi origen montaraz tiene directa relación, por oposición, con el gusto por toda la fauna marina, aunque no dejan de impresionarme algunos de sus curiosos exponentes que me traen reminiscencias a monstruos como el japonés Godzilla y el mutante coreano de “The Host”.
Constituye un varadero desafío  elegir lo que vamos a comer cuando el menú está escrito íntegramente en mandarín, sin su versión inglesa. La situación se complica todavía mas si la camarera apenas balbucea algunas palabras en inglés y tampoco lo comprende. Y -por idénticas limitaciones-, a las que debe sumarse una pronunciada inclinación a lateralizar las eres, no podemos entender lo que intenta decirnos. Ello puede determinar fantásticos o terribles descubrimientos. Esto último, claro, si tenemos pruritos en cómo lucen ciertos ejemplares de los reinos vegetal y animal. Pero si abrimos la mente a nuevos sabores y experiencias palatinas, podemos llegar a encontrar deliciosas la patas de pollo cocinadas en salsa y a caer rendidos ante el pato cocinado a la manera de Pekín.
Entre las posibilidades que nos brinda  el mundo vegetal, tenemos el bok choy, el Shanghai choy, el sue choy y muchas otras  verduras de hojas verdes, como las espinacas de agua, toda la familia de las acelgas, los rappinis o los broccolis, cuya traducción al español escapa a mis modestos conocimientos de la lengua. Como un plus, tenemos la oportunidad de profesionalizarnos en el uso de los palitos y cucharoncitos para las sopas, que reemplazan a los cubiertos occidentales, ya que debemos darnos maña para “pescar” los granos de arroz o los brotes de soja si queremos terminar nuestro plato antes de que cierre el local.
Los restaurantes buffet, que en nuestras latitudes llamamos “diente libre”, son muy populares, pero no menos que los “Dim sum”, que son una suerte de restaurantes de “tapas”,  en los que se pueden probar la mas variada gama de platos en porciones pequeñas, que van desde los guantones fritos o hervidos, rellenos de puerco y langostinos, hasta las langostas, cangrejos, anguilas, ostras y otras exquisiteces del mar y de la tierra. Fritos, hervidos, al horno o al pavor, los platos de Asia se suceden sin solución de continuidad.  Regados con té, cerveza o aguardiente para los mas audaces.
Comentario aparte merece el servicio: un pequeño ejército de mozos y asistentes preparan las mesas, sirven la comida, cambian las jarras de té cuando estas se vacían o llenan el agua de los vasos y están prontísimos para traer la cuenta y hacerla. Todo a la velocidad de la luz. Con pocas palabras, o casi sin ellas, se mueven como un solo hombre. O debería decir, para evitar la connotación sexista, como una sola persona.
Si bien los asiáticos no parecen ser muy afectos a los dulces, al menos si nos fijamos en las listas de postres,  es posible sin embargo encontrar algunas delicias hechas siempre con arroz, alguna fruta exótica (para nosotros, no para ellos) como el “li-chee” o ingredientes como el té verde o el sésamo negro.
Finalmente, me gusta ir a los restaurantes chinos para recibir mi galleta de la fortuna.  La que recibo, por esas razones arcanas, tan familiares a  Borges y que enamoraron a Shoppenhauer, me dicen  siempre lo que necesito escuchar.
Toronto, sin querer, se ha convertido en un atajo para llegar a Asia.

Hola!



Los trabajos y los días: cine y crónicas mundanas.


Este escenario ofrece la posibilidad de contar experiencias propias y ajenas de la vida cotidiana y de inventarlas, de hablar de los sueños, de lo que nos provoca risa o nos atribula y también hablar de una pasión que es común a muchos: el Cine. 
La cámara ve como el ojo humano y captura las imágenes en movimiento. Ya desde el teatro de las sombras provoca en el espectador fascinación y magia. Este espacio es otro "agujero" por donde se puede ver el mundo. Y si la fotografía democratizó la imagen y el cine permitió proyectarlas en movimiento, este formato que permite el desarrollo de la Internet nos ha venido a dar un sentido nuevo, un nuevo lenguaje, nuevos "recursos narrativos". Todo con el mismo afán: el de contar y mostrar historias reales o ficticias.

Me estimula el secreto deseo de que alguien se asome a este blog, se entretenga por un rato y, por qué no, se anime al intercambio.  A conversar de nuestras cosas. Las cosas que se refieren a los afanes diarios. Los trabajos y los días.