Catrina de Silvia Ji |
La angosta escalera que conducía al salón
crujía bajo nuestro peso. Su queja podía
sentirse a pesar de los espasmos que producía el alto volumen de la música. El
aire comenzó a enrarecerse y convertirse en una pesada niebla.
Nos guiamos por la mortecina luz que
despedía una lamparita al final de la escalera. En el rellano la mujer comenzó
a hablar pero penas entendí lo que decía. Me limité a extender mi mano y ella
dibujó una gran cruz negra antes de dejarnos pasar. Con la cabeza rapada de un costado y el resto
del pelo retinto recogido con una rosa de un rojo oscuro y desasosegado; los
ojos enmascarados por una filigrana de color negro como el triángulo que hacía
indistinguible la nariz y una cuadrícula perfecta de tela de araña que le caía
sobre la frente como redecilla de un invisible sombrero, podía
haber sido la cancerbera del mismo infierno.
Seguimos a tientas hasta que encontramos un halo de luz que cambiaba de color y parecía
querer perforar el telón de niebla. La más variada fauna nos salió al paso. Un delgado joven asiático de sobretodo ajustado al cuerpo -que lo hacía todavía mas espectral- y unos
zapatones de plataforma llenos de hebillas y tachas que brillaban en la oscuridad, como las argollas que tenía alrededor del
labio superior que recordaban a los de un eral que va a ser colgado en
una cámara frigorífica para su desuello.
A su lado, enfundado en un vestido de vinyl, con unos altísimos zapatos
llenos de púas, se travestía un hombre
de unos cincuenta y pico, que trataba de camuflar su tamaño con la discreción
de sus movimientos.
En la oscuridad del rincón entreví a otro, de
cuyo enorme brazo emergería el rostro de un ser alienígena con una boca enorme
que parecía gritar la destrucción de Dios, y cuyo cuello tenía tatuada la
corona de junco espinudo con que se coronó al rey de los judíos…Un poco más allá se amontonaba un grupo de jóvenes con medias de red y llamativos atuendos de cuero rigurosamente negro (excepto una que tenía recogido el cabello en dos colitas. La minifalda negra que apenas
le tapaba el rabo tenia motivos de conejitos de color rosa y un bolsito también rosa, con la forma de ese animal. Los conejos no hacían más que confirmar que de
visiones insensatas se trataba).
¿Zombies? ¿Una casa tomada?
Si hasta podía sentirse el olor de la naftalina.
Para
neutralizar el miedo recordé el poder omnímodo de la imaginación - y su
absoluto desprecio por los límites. Cuando parecía que me relajaba de la nada surgió una pareja de replicantes que me hizo correr un
escalofrío por la espalda. Eran altísimos, como altas las
plataformas de los zapatos de ambos – abotinados los de la mujer- e imponentes. Ella llevaba una falda de vuelos y un ajustado corset. Con
ese atuendo podía pasar por una enorme y oscura corista de la vieja casa del
molino. El hombre, en cambio, con un ralo pelo rubio que le caía por debajo de
los hombros en despeinados rulos algo canos, ojos de un azul contundente y el
cuello tatuado con espeluznantes motivos, bien podía confundirse con el azote de
Dios, con un tártaro, uno de esos bárbaros a quienes la razón no pudo detener.
Su largo sobretodo, seguramente comprado
en una tienda de atavíos militares después de la campaña contra Rusia, lo hacía
mas intimidante. Pasaron a mi lado, sin verme, para ubicarse justo debajo de
las débiles luces. Con un rápido ademán, el hombre se sacó el abrigo y
aproximándose a la mujer se pusieron a bailar una extraña danza al compás del
metal industrial que llenaba el lugar.
Como un búho yo seguí mirando en derredor
hasta que el acero galvanizado de la cañería que tenía cerca de mí me devolvió
mi reflejo: sin afeites, con el pelo recogido a la manera tradicional, un
vestido de mezclilla a media pierna y un saquito liviano, zapatos de medio taco
y un paraguas con mango de madera listo a enfrentar las típicas lluvias del
otoño, era más que probable que los huéspedes de ese ominoso lugar tuvieran mas
miedo de mí que el que ellos me causaron.
Hay que estar preparados.
La frase no es una metáfora. Es una máxima que
deberíamos escribir con lápiz labial en el espejo del baño para tener presente
siempre. O agendar en la lista de cosas a hacer en la suite ofimática de nuestro ordenador. (Yo sigo con el viejo
sistema, porque soy una romántica y no sé qué es una suite ofimática).
La frase no es una metáfora. Es una máxima que
deberíamos escribir con lápiz labial en el espejo del baño para tener presente
siempre. O agendar en la lista de cosas a hacer en la suite ofimática de nuestro ordenador. (Yo sigo con el viejo
sistema, porque soy una romántica y no sé qué es una suite ofimática).