Es diciembre de 2017.
Eso ya lo dice todo.
Repasemos los hechos. Una guerra olvidada en
Yemen. Los vientos de Santa Ana azuzando el fuego en California en lo que
pareciera otra entrega de cine catástrofe. (Los terremotos en Irak y
Micronesia, como la guerra en Yemen no cuentan. Están muy lejos. También Siria.
Es una tragedia. Lo hemos asumido. Tan campantes). Nuevas cruzadas se preparan
para reconquistar Tierra Santa. No se sabe bien quienes son ahora los turcos
selyúcidas. Se trata de una noticia apócrifa.
Se ha perdido un
submarino. Es digno de un cuento de Ray Bradbury. Los troles se divierten sin
importarles que les crezca la nariz como a Pinocchio. La lista sigue.
Ya no quiero
seguir bailando la danza de la destrucción.
Vení. Salgamos un rato. A tomar aire fresco. Vamos a hablar de amor.
Revisando
papeles viejos encontré una carta. Casi descolorida, con una bella letra de caligrafía. Estaba dirigida a una tal
Beatriz y la firmaba un tal Juan Carlos. Su brevedad me permite transcribirla:
“Amor mío: te amaré siempre. Eternamente. Te ruego que destruyas esta carta,
apenas termines de leerla.”
No sé cómo llegó
a mis manos. No se tampoco por qué la conservé. Esa Beatriz podía haber sido la
del Dante o Beatriz Viterbo, claro. También podía haber sido yo.
Te confieso, sin
embargo, que a mí se me ha dado mejor el papel de Juan Carlos.
Yo soy la que se
acuerda todavía de tus ojos de mar y del bronce de tu piel. Que despertábamos abrazados, con ganas de
seguir amándonos. Era una mujer enamorada y hubiera hecho lo que fuera para
tenerte en mi mundo y mantenerte allí. La misma que un día quería morirme por vos. Pero
tranquilo. No te voy a molestar. No te culpo del pasado. Ya lo ves, la vida
siguió así. Yo fui esa gata bajo la lluvia. La que necesitaba saber si querías
ser mi amante. Yo era la que decía “no puedo vivir, si es vivir sin vos”. La
vida éramos vos y yo, aunque sabíamos que había montañas en el camino.
Las mañanas de
septiembre todavía pueden hacer que me sienta así. El amor de mi vida has sido
y seguís siendo vos. No tengo dudas de lo que debió haber sido lo nuestro.
(Siempre es buena la ignorancia. No hay consuelo en la verdad).