Esta mañana he vuelto a Saint Lazare. De incógnito, como las veces anteriores.
Antes de salir de mi estudio, tomé un café cargado. Me quedan solo unos pocos francos. La noche se hizo larga y Henri no quiso dejarme ir hasta las mil y quinientas. Le dejo los saltimbanquis ebrios y los vagabundos que llenan esta Arcadia sucia, como llamaba Carlos a esta ciudad de inventos y de luces antes de decidirse a levantarse la tapa de los sesos.
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