Es Madonna, vestida por Thierry Mugler, que lucha por salir pero
no puede: está atrapada en el tibio corazón de un volcán de chocolate con
helado de vainilla. Y si por ventura tiene la suerte de liberarse, a los diez
minutos es secuestrada por un grupo comando de ravioles de zapallo con salsa de
champiñones a la vodka, que opera arreglado con un estofado de cordero al
romero y papas españolas. Al parecer se trata de un grupo terrorista con
conexiones en varios países, que actúan sincronizadamente, con un alto poder de
impacto.
Así que a la pobre Madonna que vive en mí (que no hay que
confundir con alguna virgen de Lippo Lippi o de Rafael Sanzio), le pasa poco
mas o menos lo que le pasa a Patty Diphusa, con el agravante de que, a
diferencia de ésta, se encuentra
completamente sola, ya que la porno star internacional y actriz de
fotonovelas, en cambio, tiene a sus
fieles amigas Addy Posa y a Ana Conda, lo que no necesariamente garantiza que
sean la mejor compañía, pero algo es
algo.
Hubo un tiempo en que la diosa entraba y salía de mi cuerpo cuando
le daba la real gana. Inclusive podía ausentarse por épocas, en las que yo
pasaba a revestir el aspecto de una “señorita maestra” o de una institutriz inglesa,
y regresaba de repente, con toda la furia.
“Those were the days”[1]…
el mundo cabía en la palma de mi mano.
Ahora miro con una mirada algo borrosa, no por la nostalgia sino
por los primeros signos de la presbicia, esos “bodys”, que yacen en alguna
parte del placard, donde se van amontonado las cosas que vamos dejando de usar.
Cuando sin querer, buscando zoquetes para dormir, encuentro ese precioso
enterito negro de encaje y mangas largas, me pongo reminiscente y sin importar
lo que esté haciendo, me voy de inmediato a probármelo. No me toma mucho tiempo
descubrir que, de lograr deslizármelo por el tronco, jamás podría llegar a
prendérmelo, porque mi flamante talle lo deja un poco mas arriba de las
caderas. Pero por alguna razón -que deberé tratar en alguna sesión de
sicoanálisis-, me niego a desprenderme de ellos. Los guardo cual reliquias.
Quizás algún día puedan servir como piezas de algún museo de antropología o
ampliar el stock de algún negocito vintage de mucha onda.
Cuando Madonna logra desembarazarse de sus cancerberos y, al
estilo del ultimátum Bourne, se escapa por un rato, sufre un problema que no se
si es óptico (por lo de la presbicia) o si ocurre a nivel de la hipófisis (que
nunca supe para qué servía), pero que le produce una completa distorsión en el
entendimiento y la percepción, lo que me ocasiona no pocos contratiempos,
cuando no desencantos. No se si ella, o yo, seguimos creyendo que tengo el
cuerpo que tenía a los 20 años. Entonces, cada vez que voy a alguna tienda de
lencería, me dirijo, siempre, inexorablemente, hacia la sección de talles mas
pequeños. Siempre, siempre,
inexorablemente, debo seguir camino hacia el talle siguiente…, o el que le
sigue. Hay que reconocer que hay algo de optimismo en mi actitud. O de
obcecación. Porque no me rindo: primero me mido el talle mas pequeño, que no
puede contener tanta experiencia, tantos buenos momentos…, y de los otros; y
ese corpiño o esa bikini, en señal de reprobación por el descomedido trato que
le doy, se ensaña, marcándome ese rollo impúdico que, de otro modo, mato con la
indiferencia y una blusa ancha. Debido a ello he tenido que ir reduciendo la
lista de mi guardarropa. Por suerte para mí, aunque para consternación de mi santa
madre y de mi amigo Gustavo (acerca de cuya santidad no puedo dar fe), la
industria textil creó los jerseys elastizados y los tejidos con lycra y spandex
y, a partir de allí, el mas grande invento después de la espirulina y el
descubrimiento de las propiedades de la
jalea real: las calzas!!!
Tengo que decir que mi paso por Norteamérica me ha dado las
agallas que de otro modo no tendría para usarlas sin el menor escrúpulo. Así me
siento a mis anchas (nunca mejor dicho). Por estas razones, la diosa que me
habita está completamente confundida. Cuando
se siente inspirada, intenta volver a las andadas. Pero se topa con barreras
“arquitectónicas” de toda laya: nuevas sinuosidades, pliegues y laxitudes. ¡Y
no sabe qué hacer!
Si se cansa, me deja echada en el sofá viendo películas durante
horas. Pero si resiste, me quiere llevar
a caminar –el gimnasio es todavía muy fuerte para mí-, me pone a dieta por un
par de días y vamos a por ese jeans que cuesta un ojo de la cara pero que te
hace sentir que “tu sigues siendo aquella”.
Y sin querer, vas aprendiendo a
convivir con esta ambivalencia. Con esa mujer que fuiste y la que vas
construyendo y te invita a este presente. Sin pelearte histéricamente para que
una u otra se imponga. Y vas aceptando lo que fluya.
.