Cuando mi vida de tratamundos me llevó a
recalar en la Nueva Inglaterra, los regresos a Toronto, donde tenía residencia
oficial, empezaron a convertirse en
verdaderas excursiones que, coincidentemente, terminaban en algún restaurante
del lejano Oriente.
¿Qué razones guiaban mis pasos, o mejor
dicho los de mi paladar? Las desconozco. Si he de arriesgar alguna, diría una
verdad inconfesable: que siempre me gustó el uso que le dan los asiáticos en
general, y los chinos en particular, a los nombres de las flores, de las frutas
y las piedras preciosas.
Los occidentales tenemos predilección por
el uso de palabras sofisticadas y por poner nuestro nombre al frente de nuestra
empresa o de nuestra tienda. Y eso es comprensible desde todo punto de vista:
produce una satisfacción que hincha el estómago ver lo que hemos logrado, tanto
más si lo hicimos de la nada, como la creación. Entonces queremos mostrar al
mundo que nuestro esfuerzo valió la pena y que conseguimos que una H signifique
Hilton si hablamos de hoteles y que J.C. López e Hijos refiera, por ejemplo, a
una firma de muebles de oficina.
Pero no somos afectos a denominaciones
como “La perla dorada”, “Jade” o “Cerezos en flor”, que dan cuenta de una
verdadera devoción, diría minimalista, por rescatar lo que la naturaleza nos
ofrece.
Cuando en el camino me encuentro con un
restaurante que lleva por nombre Bambú Verde o Arrolladitos Primavera, en
seguida me siento invitada.
Apenas atravesar la puerta, nuestro apetito se despierta con los aromas
que salen de la cocina. Y el sabor característico de los fideos de arroz
rehogados en salsa de soja y las especiadas salsas de frutos de mar nos
endulza la mirada. Estoy convencida que mi origen montaraz tiene directa
relación, por oposición, con el gusto por toda la fauna marina, aunque no dejan
de impresionarme algunos de sus curiosos exponentes que me traen reminiscencias
a monstruos como el japonés Godzilla y el mutante coreano de “The Host”.
Constituye un varadero desafío elegir lo que vamos a comer cuando el menú
está escrito íntegramente en mandarín, sin su versión inglesa. La situación se
complica todavía mas si la camarera apenas balbucea algunas palabras en inglés
y tampoco lo comprende. Y -por idénticas limitaciones-, a las que debe sumarse
una pronunciada inclinación a lateralizar las eres, no podemos entender lo que
intenta decirnos. Ello puede determinar fantásticos o terribles
descubrimientos. Esto último, claro, si tenemos pruritos en cómo lucen ciertos
ejemplares de los reinos vegetal y animal. Pero si abrimos la mente a nuevos
sabores y experiencias palatinas, podemos llegar a encontrar deliciosas la
patas de pollo cocinadas en salsa y a caer rendidos ante el pato cocinado a la
manera de Pekín.
Entre las posibilidades que nos
brinda el mundo vegetal, tenemos el bok choy, el Shanghai choy, el sue choy
y muchas otras verduras de hojas verdes,
como las espinacas de agua, toda la familia de las acelgas, los rappinis o los broccolis, cuya traducción al español escapa a mis modestos
conocimientos de la lengua. Como un plus, tenemos la oportunidad de
profesionalizarnos en el uso de los palitos y cucharoncitos para las sopas, que
reemplazan a los cubiertos occidentales, ya que debemos darnos maña para
“pescar” los granos de arroz o los brotes de soja si queremos terminar nuestro
plato antes de que cierre el local.
Los restaurantes buffet, que en nuestras
latitudes llamamos “diente libre”, son muy populares, pero no menos que los
“Dim sum”, que son una suerte de restaurantes de “tapas”, en los que se pueden probar la mas variada
gama de platos en porciones pequeñas, que van desde los guantones fritos o
hervidos, rellenos de puerco y langostinos, hasta las langostas, cangrejos,
anguilas, ostras y otras exquisiteces del mar y de la tierra. Fritos, hervidos,
al horno o al pavor, los platos de Asia se suceden sin solución de
continuidad. Regados con té, cerveza o
aguardiente para los mas audaces.
Comentario aparte merece el servicio: un
pequeño ejército de mozos y asistentes preparan las mesas, sirven la comida,
cambian las jarras de té cuando estas se vacían o llenan el agua de los vasos y
están prontísimos para traer la cuenta y hacerla. Todo a la velocidad de la
luz. Con pocas palabras, o casi sin ellas, se mueven como un solo hombre. O
debería decir, para evitar la connotación sexista, como una sola persona.
Si bien los asiáticos no parecen ser muy
afectos a los dulces, al menos si nos fijamos en las listas de postres, es posible sin embargo encontrar algunas
delicias hechas siempre con arroz, alguna fruta exótica (para nosotros, no para
ellos) como el “li-chee” o ingredientes como el té verde o el sésamo negro.
Finalmente, me gusta ir a los
restaurantes chinos para recibir mi galleta de la fortuna. La que recibo, por esas razones arcanas, tan
familiares a Borges y que enamoraron a
Shoppenhauer, me dicen siempre lo que
necesito escuchar.
Toronto, sin querer, se ha convertido en
un atajo para llegar a Asia.
Genial Fabi! Pero a éstas horas (y en la oficina) fue como un garrotazo para despertar a mi hambre voraz.
ReplyDeleteIgual seguiré cada post al pie del cañón. Y pronto abro un blog nuevo.
Salud y buen comienzo!
Gracias Joanito! me alegro que te gustara! y estoy ansiosa por leer tus cosas. besos mil!
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