Tuesday, August 12, 2014

Siempre me olvido el cepillo para el pelo.

Siempre me olvido el cepillo para el pelo.

"Cada vez que estoy por viajar – cosa que hago con frecuencia por diversos motivos- me digo que debo cargar en el neceser un cepillo para el pelo. Pero nunca lo incluyo.   
Para remediar el olvido me sugirieron hacer una lista de esas que funcionan a tilde. Quien me lo propuso no me conoce, si no sabría que las únicas listas que hice en mi vida fueron las de invitados a fiestas, para asegurarme que no faltasen bebidas o vituallas. Y eso. 
           Configurar una alarma en el teléfono me enfrenta con otro obstáculo: mi relación con la tecnología deja bastante que desear. Somos parientes mal avenidos, como los hay hasta en las mejores familias. Atarme un hilo al dedo meñique podría ser una alternativa, pero ya no se tienen bobinas a mano, y seguramente al rato no recordaría para qué me hice el lazo o pensaría que sólo es un juego. Para que entiendan: Sigo disfrutando eso de ponerme plasticola en la palma de la mano, dejar que se seque y lo que ya sabemos. 
          ¿Qué diría un psicoanalista de ese olvido? Seguramente poco, ya que son mandados a hacer para devolvernos la pelota y que quede en nuestra cancha.  
         Algunas hipótesis: el cepillo es un amuleto que se resiste a abandonar su sitio en el cajón.  Tiene alma de gato y se aquerencia a los lugares que voy haciendo mi casa.  
          Lo que sé positivamente es que el cepillo no es como la espada cristiana en el nuevo mundo, que en su función colonizadora aseguraba señorío: lo dejo en casa porque no tengo espíritu de conquistador, y porque sé que regreso. O porque así me aseguro de comprar otro para iniciar una colección, por ese afán que muchos tenemos de juntar cosas inútiles. Y porque si estoy o no peinada me da igual. (Dicen que el exterior muestra en espejo cuando no se terminan de acomodar las ideas que bullen dentro de la cabeza). 
        Además, tener el pelo a la que te criaste invita a recogerlo con algún simpático broche, un moño, una birome, o con trabas de colores con brillantina como las que me prestó Artemis (de 6 entonces) para salir del paso. También a trenzarlo, y tentar a un príncipe a subirse y llegar a los jardines secretos. 
         Después de todo, mi pelo responde a la canónica reflexión de que las mejores cosas de la vida, como andar en moto, hacer el amor y bailar hasta marearse, te despeinan. De ahí que mi cepillo haya pasado a tener una función prácticamente decorativa. Tal vez algún día empezará a recorrer mundo y podrá ser motivo de heroicas y memorables hazañas, como la de aquel espejito de ébano que de la sabana africana llegara hasta las manos de una valiente liberta que se unió al ejército del general San Martín, y tenga un sentido que ahora yo no puedo darle."