Thursday, June 11, 2015

Fabiola Rinaudo. Crónicas mundanas. : La verdad de la milanesa: el homo oeconomicus.

Fabiola Rinaudo. Crónicas mundanas. : La verdad de la milanesa: el homo oeconomicus.:         Dicen que los caminos conducen a Roma. Yo no estoy en condiciones de establecer la veracidad de la premisa. Mis pa...

La verdad de la milanesa: el homo oeconomicus.




        Dicen que los caminos conducen a Roma. Yo no estoy en condiciones de establecer la veracidad de la premisa. Mis paseos no se extienden sino por algunas cuadras pero creo que si continuara andando desembocaría en la Fontana de Trevi como me pasó cuando, en efecto, deambulaba por la ciudad eterna sin mapa y sin reloj y se me apareció de repente, así como así, y a mí casi me provoca el síndrome de Stendhal. Pero debo ser sincera: no fue por la magnificencia de su “grande bellezza”  sino porque encontré una campera de cuero color arena en una tienda de segunda mano que me quedaba como un guante. De paso, fui invitada a protagonizar una historia que hubiera podido ser de amor con un pintor callejero del que hubiera podido ser su musa pero desistí porque, por aquello de más vale pájaro en mano que cien volando, me atraía más la idea de comerme un par de buenas porciones de pizza en un restorantino de los inmediaciones.
        El hecho es que mis pasos me condujeron a un cafecito con reminiscencias francesas de la calle Brodway de la ciudad de New Haven. Digo reminiscencias porque por estas latitudes toda la gastronomía que presume de ser de otro lugar del mundo es en realidad reminiscente. 

        La noche invitaba a la delectación morosa, o en todo caso a una cerveza, y en esa línea de pensamiento me encontraba cuando escucho, proveniente de una de las mesas que estaban dispuestas en la vereda, a una joven muy buenamoza que se encontraba con un grupo de amigas o colegas igualmente bien parecidas, todas delgadas, todas caucásicas y podría asegurar que todas altas, el comentario que sigue:
¡He makes so much money! Así, con signos de admiración, pronunciando el “so” con la modulación de una soprano.
Sin tener la menor idea de quién era el buen hombre que podía hacer tanto dinero, el primer comentario que se me vino a la cabeza fue : What a F.U.C.K.!, cuya traducción voy a omitir porque puede herir la sensibilidad de gente como mi mamá.

         Una semana atrás estaba caminando por  el centro de Toronto -menos mal que no corro, porque con todo lo que me muevo ya estaría compitiendo con Forrest Gump-,  y veo estas chavalas de menos de treinta conversando en la plaza Nathan Phillips sobre una hipoteca por ochocientos mil dólares que una de ellas acababa de obtener para comprarse su primer inmueble… Entonces me dije: —¡What a F.U.C.K.!

         Algún chauvinista despistado podría llegar a decir que por casa estos diálogos serían impensables: nos encanta hablar de las bondades de la terapia lacaniana, del aceite de argán y criticar a quienes nos gobiernan que, dicho sea de paso, suministran material para tirar pa’arriba y no alcanzaría el tiempo de una generación para agotarlo.
Pues déjenme decirles que también en nuestras pampas el vil metal – o su falta- se impone como tema en muchas conversaciones, aunque hablemos en modestos pesos, desinflados o inflacionados.  Mi reacción es igual pero esta vez usando la lengua de Góngora y Quevedo.

         ¿Por qué este destino?  ¿Por qué no aprendí qué significa la variación anual del valor una acción,  qué cornos es la fecha de corte de cupón de un bono soberano y una tasa negativa? (Las únicas “opciones” que conozco se dan entre la pizza especial con anchoas o unas empanadas de carne cortada a cuchillo).

         Atribuyo este ‘déficit’  a varias circunstancias, pero a efectos de sintetizar voy a reducirlas  a dos: a una omisión curricular que espero por el bienestar de las próximas generaciones se subsane, y a una visión idealizada de la vida cuyo horizonte temporal no superaba los cincuenta años, que es la edad que nunca se piensa que va a llegar y que es cuando a una le comienzan a doler ‘cosas’.
Por todo esto me quedé con el cuento de que el hombre (y la mujer, claro), después de haberse parado sobre sus pies  devino en un animal político, al que exploraciones posteriores sobre la topografía de la psiquis -ya sugeridas por Freud -me llevaron a sumar, divertida, el sexo. Y ahora, justamente ahora, recién ahora,  vengo a descubrir, que no conforme con tantos logros, tenía que haber añadido lo de oeconomicus!!!
¡Tarde piaste golondrina!  Como ya perdí el tren, me vuelvo a leer el último caso del inspector Wallander. Le dejo a Soros todo el rollo de determinar si la fracturación hidráulica le servirá para mantenerlo astronómicamente rico.