Sunday, January 26, 2014

Fabiola Rinaudo. Crónicas mundanas. : Citas…citables I


Citas…citables I




Sin importar la edad o la experiencia los escarceos amorosos producen esa sensación de “mariposas en el estómago”. Si no son mariposas puede que se trate de alguna polilla.  Aunque no reconozcamos al lepidóptero que la causa, es una sensación muy estimulante porque es esencialmente vital. Nos hace creer que el valor de cotización de nuestras acciones es mayor al de la British Petroleum y nos predispone a la aventura: como con la novela de la tarde, queremos ver cómo sigue.

No hay una historia que sea igual a la otra y rememorarlas nos pone en actitud soñadora, de flores y picaflores.Los detalles provocan risa franca y o hacen que la mirada se extravíe como cuando el ajenjo comienza a surtir efecto, aunque en su momento nos hayan causado bochorno, desasosiego o vergüenza.

L. me contó de esa vez que quedó en encontrarse con F. en la misa de las 8 y llegó con el servicio ya empezado porque no podía decidirse por el atuendo. Terminó sentada en el extremo de la fila de atrás y le resultó un suplicio atender la homilía. Le tentaba más seguir  la línea de la nuca de F.  que se perdía entre los rulos que casi la cubrían,  y la de su espalda que enmarcaba un torso fuerte y atlético. L. todavía recuerda el tenor de sus pensamientos, que seguramente pudieron adivinar los de la fila de atrás si atendieron a la dirección de su mirada y al hecho de que cuando hubo que pararse todos lo hicieran excepto L., que quedó en su asiento con la cabeza girada hacia el costado, arrobada en la contemplación de ese obscuro objeto de deseo.

Las anécdotas de I.M. siguen haciendo las delicias de los encuentros con las amigas a la hora del té. Como esa con A.
Debieron dejar el auto a dos cuadras del bar porque toda la zona era un hervidero de gente los fines de semana. Tampoco era fácil caminar porque las veredas estaban parcialmente clausuradas por la instalación de nuevas cañerías.  I.M. seguía sin poder creer que A. la hubiera invitado finalmente a salir. No sólo era buenmocísimo; su familia poseía una muy próspera cadena de negocios lo que lo convertía en un partidazo. Ella no se quedaba atrás. Llevaba una minifalda infartante y las sandalias de medio taco la hacían aún más alta y esbelta. Y se había bañado en el novísimo perfume de Lagerfeld. Caminando en fila india, casi de costado por el breve espacio libre de la calzada, A., que había tomado la punta, no advirtió nada. En un momento se dio vuelta. I.M. había desaparecido de su espacio visual. En realidad, había desaparecido del espacio. En eso y desde las profundidades de uno de los agujeros de la vereda alcanzó a oir una vocecita  que con gran sentimiento  cantaba “Hay que sacarla/ hay que sacarla del pozo ciego…, hay que ayudarla /porque la quiero”. Algo desvencijada, con algunos raspones, el pelo en desorden, y la tira de una de las sandalias rota, I.M. llegó a destino y tuvo su primera cita. Se dice que Los Fabulosos Cadillacscompusieron ese hit a partir de esta historia.

Yo recuerdo a Sigmundo. La primera vez me llevó a un bar de moda donde se daba cita lo más granado de la zona norte. En un momento fui al baño y al salir, con actitud resuelta, fui a perderme en las cocinas. Sigmundo, que desde donde estaba podía ver toda la escena y desconocía mis problemas de orientación, quedó desconcertado.  Salí del paso diciéndole que era una costumbre que me había quedado de la época en la que trabajaba  como inspectora de alimentos .Nuestra segunda cita tuvo características más dramáticas. Habíamos ido a la ópera a ver Tristán e Isolda. Yo me había emperifollado con mis mejores galas y estaba pintada como una puerta. Creo que fue durante el segundo compás del preludio cuando empecé a llorar y me mantuve así, en un andante ma non troppo, durante toda la presentación, pasando por un allegro molto vivacehasta uno totalmente appasionato. Cuando terminó la obra fuimos hasta uno de sus restaurantes favoritos debajo del puente de Posadas. Yo seguí llorando en un andante vivaceque continuó hasta que nos llegó la entrada. No creo que Sigmundo haya vuelto jamás a ese lugar. No puedo olvidar la mirada del mozo cargada de odio pensando que él era la causa de mis cuitas, acongojado por mi llanto incontenible.  Debió haber creído que hasta me había pegado porque cuando miré mi cara congestionada en el espejo del baño ví las ojeras negras que me había dejado el rimmel que caía haciendo surcos hasta las mejillas, oscureciendo el maquillaje, desparramado en mis intentos por enjugar las lágrimas.
Como si eso fuera poco, cuando ya en su auto quiso besarme, salí disparada como pinchada por un puercoespín, ante sus tupidos bigotes…Y así fue como los primeros encuentros con Sigmundo, por la forza del destino, se convirtieron en los últimos.

Friday, January 3, 2014

¡Abajo los corsés! 2da parte




¡Abajo los corsés! 

Cuentan que Tales, un fuerte comerciante olivarero de Mileto que por eso mismo podía darse el lujo de dedicarse a la contemplación, se desvelaba por comprender por qué, pese a las tormentas, el nivel de las aguas del mar permanecía invariable. De ahí que supusiera que el principio de todas las cosas, el arjé, era el agua.
Las cuestiones que me desvelan a mí son bien diferentes de las de Tales. Será porque no se me ha dado por los negocios. A mí me interesa entender ese afán de los diseñadores de hacer de la ropa y calzado femeninos verdaderos instrumentos de tortura.
 O qué otra cosa fue el corsé, que mantuvo aprisionada la pechera de las mujeres por centurias? Debemos agradecer a los desaguisados del siglo XX -con los cambios trascendentales en los roles femeninos que los acompañaron – que se reformaran recién los atuendos. 
Recuérdense esos coquetísimos corpiños con reminiscencias javanesas que dieron a Mata Hari el toque de exotismo que necesitaba para triunfar en las tablas y convertirse en una cortesana de lujo. (Las malas lenguas dicen que no se los sacaba ni para hacer el amor).




En los reconocimientos debe incluirse al Comité de Industria de Guerra que ante el ingreso de los EE.UU. en la I Gran  Conflagración exhortó a las mujeres a dejar de comprar los corsés tradicionales: con el hierro que se utilizaba en su confección ¡se podían construir dos acorazados!
Por otro lado, si pienso en cuerpos como el de Jean Russell siento pena por el corsé. (También si Víctor Mature hubiera tenido que usarlo).
Hacia 1910 una tal Mary Phelps Jacob andaba diciendo que había inventado el corpiño (un modelo muy rudimentario de dos pañuelos unidos con una cinta rosa), pero no hay pruebas fehacientes que lo corroboren. Lo cierto es que los corsés tipo armadura quedaron definitivamente atrás. Los actuales– que no se comparan con sus antepasados- se usan solamente con fines decorativos y estimulantes, gozando de mucha aceptación entre trabajadoras del sexo, travestis, drag-queens y quienes inician relaciones nuevas. (El interés por desprender una sarta de botoncitos o deshacer lazos se pierde. Especialmente si Julio César ya cruzó el Rubicón).
Pero siempre quedan los románticos, los laboriosos, los que se empeñan en jugar con la fantasía y disfrutan de la textura de encajes, sedas y rasos por lo que sugieren a los sentidos. Así, de instrumento de control y sujeción del cuerpo femenino el corsé transmutó para adquirir soberanía en juegos eróticos y prácticas tanto sadomasoquistas y de dominatrices como ingenuas y románticas.
En el pasado su efecto constrictor sobre el cuerpo se extendía a la mirada. Algo de ese efecto todavía pervive en nosotras y nos sigue haciendo creer que hay razones para ser objeto de control, para que se nos impongan roles, atribuciones, límites. Sobre nosotras y sobre nuestro cuerpo. No dejemos que ningún corsé nos encorsete.