Monday, December 20, 2021

 

Esta mañana he vuelto a Saint Lazare. De incógnito, como las veces anteriores.

Antes de salir de mi estudio, tomé un café cargado. Me quedan solo unos pocos francos. La noche se hizo larga y Henri no quiso dejarme ir hasta las mil y quinientas. Le dejo los saltimbanquis ebrios y los vagabundos que llenan esta Arcadia sucia, como llamaba Carlos a esta ciudad de inventos y de luces antes de decidirse a levantarse la tapa de los sesos.
Lo que separa el Lapin Agile de Saint Lazare es el silencio y la sífilis. Yo estoy entre ambos, como un bosquejo en el lienzo.
Todo estaba comenzando a ir mal, es verdad. Así que elegí el azul, que es una aspiración a lo sublime en medio de la desesperación y la tristeza.






 


Es otoño en esta parte del mundo, aunque para muchos es el mismo invierno.

Lo afirman de manera contundente los días nublados y grises, que se van callando mientras lo esperan.
El paisaje urbano se ve opaco y terroso hasta que, de repente, la nieve.
No sirve hablar del frío. Después de ver en una película el clima oceánico de Reyjavik, he comenzado a considerar el de esta ciudad con una embarazosa ternura.
Hace mucho que no escribo. Y cuando eso pasa se resiente todo. Como una silla vieja que cruje cada vez que vamos a sentarnos en ella.
No me es fácil ordenar las ideas. Navego entre rizomas, cosas que no tienen relación entre sí, y se niegan a encontrar un orden. De a ratos me siento en ninguna parte.
El uso del cubre bocas en una clase de Pilates o de karate, la situación de los refugiados afganos, la inflación rampante de la que no se escuchan quejas en estas latitudes.
Con este panorama, cómo pensar en los trucos e ilusiones que implica una narración y, lo que es peor, cómo hacer para sentirse satisfecho con lo que uno escribe cuando la mayor parte del tiempo se escriben cosas sin ningún valor.
Pero siempre está ese deseo de poner en palabras el íntimo aliento del momento; de compartir (que es como si habláramos en voz alta), una sensación, una emoción, el impacto que nos produce un hecho fortuito, un recuerdo, o una lectura que de repente nos conmueve, y todo lo que de inteligente o perverso tiene lo que vivimos.
La vocación termina imponiéndose, y la palabra fractura la tarde.





Tuesday, July 27, 2021

De quehaceres y de gentes




                   De vuelta a la fisioterapia. Es la historia de la lavanderita que dio aquel mal paso, pero literal. Después de un par de sesiones en las que casi me convence de que su intención era romperme los 25 huesos del pie que me quedaban sanos, el fisioterapeuta, un buenmozo que podría reemplazar a Richard Gere en la foto de la rosa, ha abandonado temporariamente el barco. Va a ser papá de nuevo. Será una sorpresa porque no sabe el sexo del bebé. A su debido tiempo la definición del género puede ser otra. Se despidió con la sonrisa en los ojos y me dejó en manos de Hailey, una dulce que tiene un cuerpo que parece dibujado. Le tengo que preguntar dónde se compra las calzas. Aunque dudo que sean mágicas.

 

                       En seguida advierto que no tiene ni la confianza ni la experiencia de su jefe, y la insto a aumentar la presión del masaje y de los electrodos. No porque disfrute particularmente del bondage y de las prácticas sadomasoquistas, pero es que casi no los siento. Entonces ella se excusa y me dice que todavía está aprendiendo. Y cuando le comento que Michael, que es su jefe, intenta hacerme llorar, me contesta que lo sabe bien porque le hizo fisio cuando tuvo un accidente que la llevó a cambiar de carrera.

 

Era inevitable que le preguntara qué hacía antes. La respuesta me dejó boquiabierta, aunque ella nunca se enteró porque la tenía tapada, por supuesto. ¡Vaya que conocí gente!  De neurocirujanos a asesinos ocasionales. Jugadores de póker en línea, matarifes, chicas y chicos de la noche, manifestantes, marines, titiriteros y otros presidentes (y presidentas). Pero hasta ahora no había conocido a una ex entrenadora de tiburones. Por suerte el accidente lo tuvo fuera del agua sino corría el riesgo de convertirse en su cena. Sus pupilos fueron los tiburones de arena del acuario Ripley. Unas monadas de gran afición por la comida, por lo que no era muy difícil hacerles hacer algunos trucos. 

Y esto en un día como cualquier otro. Tan pródiga en sorpresas es la vida. Me juré que no me inmutaría si se cruza en mi camino algún lancero bengalí.