Thursday, November 21, 2013

Nosotras y la testosterona


Las investigaciones han demostrado que el cerebro del hombre es diferente del de la mujer. El escáner y las resonancias magnéticas han permitido conocer más y ver el cerebro en pleno funcionamiento. Sobre el tamaño no voy a emitir juicio, ya que he conocido personas de ambos sexos y de diversa identidad sexual que parecen tenerlo del tamaño de un mosquito, o que directamente son cabeza de chorlito.

Lo que si se ha demostrado es que la inteligencia emocional es mayor en las mujeres, porque tenemos la habilidad de captar matices emocionales y empatía. (aunque haya algunas excepciones, ya que he conocido algunas congéneres sin tales habilidades). Esto se atribuye a que el hipocampo en la mujer es ligeramente más grande que en el hombre, y es el que lleva el registro de las emociones. Esto nos lleva, de inmediato, hacer algunas apreciaciones.

a) Por un lado, podemos ver el uso de la palabra “hipocampo” en contexto. (Desde niña me gustaron los caballitos de mar, pero desde que crecí no he tenido oportunidad de usarlos en ninguna de mis conversaciones).
b) Esto también permite comprender por qué si una mujer discute con su marido, él en seguida olvidará el motivo de discusión pero no pasará lo mismo con aquella, que lo seguirá recordando 10 años después. El ejemplo no es mío sino de una famosa profesora de la Universidad de California, que antes enseñó en Harvard.

  La suscripta, en su condición de ciudadana “de a pie” (nunca mejor dicho, porque quien me conoce sabe que no conduzco), no está en condiciones de rebatir lo del funcionamiento del hipocampo (lo puedo usar otra vez!), pero cree que el ejemplo es poco feliz porque eso hablaría de rencor, lo que es harina de otro costal. Además, es muy probable que el motivo de discusión se haya debido a algo que el marido quiere olvidar de inmediato por mera conveniencia pero que a la mujer no le sea sencillo olvidar…Uds. saben a qué me refiero.

También se dice que los cerebros de los b.b. son unisex hasta las 8 semanas de gestación, y  que a partir de allí comienzan a diferenciarse:  los niños empiezan en ese momento a producir altos niveles de testosterona que “marinan” todas las células cerebrales, entre ellas la que desarrolla el instinto sexual y la agresión, lo que explicaría por qué los hombres sólo piensan en “eso” y en andar inventando guerras.
En el caso de las mujeres, libres de la tal testosterona, el impulso sexual se manifestará en el deseo de arreglarse y verse lindas, comprarse ropa, etc.
Esta aseveración puede ser admitida como cierta si pienso en la escena que se está desarrollando en la mesa contigua del café desde donde esto escribo: dos “indolescentes”, como diría César Bruto, que se toman de las manos cuando dejan de revisar sus teléfonos celulares. Él le dice algo y ella ríe, ríe y ríe, y, coqueta, se mueve para todos lados. Sube una pierna y la acuclilla sobre la silla, mostrando un pedazo de su delgadísima rodilla que se escapa por el tajo del pantalón de jean. Menea la cabeza y su pelo, recogido en una cola alta, se mueve listo para deshacerla. Él la mira fijamente, le sigue diciendo cosas y ella, que no para de reírse y de balbucear frases ininteligibles a causa de esa risa, se sigue moviendo para todos lados. Entonces él, de un salto, se levanta y abalanzándose sobre ella, literalmente, la besa, con actitud de embestida. Nada mejor que la evidencia para probar una teoría.
Sin embargo, y pese a la evidencia, yo soy un acabado ejemplo que puede contradecirla, al menos en parte. En efecto, en cuanto al deseo de comprarme ropa (¡y ni qué decir si se trata de zapatos o carteras!), definitivamente mi impulso sexual goza de  perfecta salud, pero en lo que se refiere al deseo de arreglarme… ni modo. Basta como ejemplo el hecho de no haber sucumbido a una de las muestras de acicalamiento mas populares por estas latitudes: no solo no tengo uñas postizas, ni me pego esas tiras adhesivas  con motivos diversos, que pueden ser verdaderas obras de arte, sino que ni siquiera uso laca para las uñas, y si se me pregunta cómo me siento más cómoda, la respuesta es: con ropa de gimnasia (preferiblemente calzas, como ya manifesté), una sudadera amplia y unos tenis. Esto puede no parecer tan malo, pero el hecho es que disto mucho de parecerme a Sweet Caroline (me refiero a Wozniacki), y jamás podré lucir “arreglada” como ella con ese atuendo.

Lo cierto es que pese a todos estos descubrimientos, a los concienzudos estudios que se hacen sobre el comportamiento, a los análisis cuali/cuantitativos, etc…, algunos cronistas de las secciones de sociedad o vida diaria de los suplementos femeninos de revistas y periódicos reconocidos de los mas variados lugares de Hispanoamérica (y aquí incluyo a los EEUU en su versión hispanoparlante), se empeñan por seguir reproduciendo estereotipos que han demostrado 1) su obsolescencia, 2) su pobreza como modelo a seguir, 3) su corto alcance. Los títulos y temas que proponen son de un pintoresquismo alucinante: “Las 5 maneras de satisfacer a un hombre”; “Cómo saber si sos mala en la cama”; “El quiere sexo a la mañana”…  y muchas mas, de ese tenor, igualmente inefables. Ya nos iremos refiriendo a cada una de ellas. Por lo pronto, y con esto me despido, es interesante tener presente lo que piensan “ellos”. Una encuesta publicada en una conocida revista de EEUU orientada al público masculino heterosexual señaló que cuando se les preguntó a los hombres que rasgos de la personalidad eran importantes a la hora de decidir si una mujer era “materia para una relación”, el 34%  expresó: el sentido de la lealtad; un 23% eligió “el sentido del humor”; un 21%, el sentido de protección y cuidado y otro 21%, la inteligencia. (Fuente: The Great Male survey, 2010; askmen.com). Recientes encuestas corroboran estos guarismos. Conste que esto no lo digo yo. Lo dicen “ellos”. 


Bandas adhesivas para las uñas






















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