Friday, January 3, 2014

¡Abajo los corsés! 2da parte




¡Abajo los corsés! 

Cuentan que Tales, un fuerte comerciante olivarero de Mileto que por eso mismo podía darse el lujo de dedicarse a la contemplación, se desvelaba por comprender por qué, pese a las tormentas, el nivel de las aguas del mar permanecía invariable. De ahí que supusiera que el principio de todas las cosas, el arjé, era el agua.
Las cuestiones que me desvelan a mí son bien diferentes de las de Tales. Será porque no se me ha dado por los negocios. A mí me interesa entender ese afán de los diseñadores de hacer de la ropa y calzado femeninos verdaderos instrumentos de tortura.
 O qué otra cosa fue el corsé, que mantuvo aprisionada la pechera de las mujeres por centurias? Debemos agradecer a los desaguisados del siglo XX -con los cambios trascendentales en los roles femeninos que los acompañaron – que se reformaran recién los atuendos. 
Recuérdense esos coquetísimos corpiños con reminiscencias javanesas que dieron a Mata Hari el toque de exotismo que necesitaba para triunfar en las tablas y convertirse en una cortesana de lujo. (Las malas lenguas dicen que no se los sacaba ni para hacer el amor).




En los reconocimientos debe incluirse al Comité de Industria de Guerra que ante el ingreso de los EE.UU. en la I Gran  Conflagración exhortó a las mujeres a dejar de comprar los corsés tradicionales: con el hierro que se utilizaba en su confección ¡se podían construir dos acorazados!
Por otro lado, si pienso en cuerpos como el de Jean Russell siento pena por el corsé. (También si Víctor Mature hubiera tenido que usarlo).
Hacia 1910 una tal Mary Phelps Jacob andaba diciendo que había inventado el corpiño (un modelo muy rudimentario de dos pañuelos unidos con una cinta rosa), pero no hay pruebas fehacientes que lo corroboren. Lo cierto es que los corsés tipo armadura quedaron definitivamente atrás. Los actuales– que no se comparan con sus antepasados- se usan solamente con fines decorativos y estimulantes, gozando de mucha aceptación entre trabajadoras del sexo, travestis, drag-queens y quienes inician relaciones nuevas. (El interés por desprender una sarta de botoncitos o deshacer lazos se pierde. Especialmente si Julio César ya cruzó el Rubicón).
Pero siempre quedan los románticos, los laboriosos, los que se empeñan en jugar con la fantasía y disfrutan de la textura de encajes, sedas y rasos por lo que sugieren a los sentidos. Así, de instrumento de control y sujeción del cuerpo femenino el corsé transmutó para adquirir soberanía en juegos eróticos y prácticas tanto sadomasoquistas y de dominatrices como ingenuas y románticas.
En el pasado su efecto constrictor sobre el cuerpo se extendía a la mirada. Algo de ese efecto todavía pervive en nosotras y nos sigue haciendo creer que hay razones para ser objeto de control, para que se nos impongan roles, atribuciones, límites. Sobre nosotras y sobre nuestro cuerpo. No dejemos que ningún corsé nos encorsete.

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