Wednesday, November 19, 2014

Hay que estar siempre preparados.




Catrina de Silvia Ji



          La angosta escalera que conducía al salón crujía bajo nuestro peso. Su  queja podía sentirse a pesar de los espasmos que producía el alto volumen de la música. El aire comenzó a enrarecerse y convertirse en una pesada niebla.

          Nos guiamos por la mortecina luz que despedía una lamparita al final de la escalera. En el rellano la mujer comenzó a hablar pero penas entendí lo que decía. Me limité a extender mi mano y ella dibujó una gran cruz negra antes de dejarnos pasar. Con la cabeza rapada de un costado y el resto del pelo retinto recogido con una rosa de un rojo oscuro y desasosegado; los ojos enmascarados por una filigrana de color negro como el triángulo que hacía indistinguible la nariz y una cuadrícula perfecta de tela de araña que le caía sobre la frente como redecilla de un invisible sombrero, podía haber sido la cancerbera del mismo infierno. 
Seguimos a tientas hasta que encontramos un halo de luz que cambiaba de color y parecía querer perforar el telón de niebla. La más variada fauna nos salió al paso. Un delgado joven asiático de sobretodo ajustado al cuerpo -que lo hacía todavía mas espectral- y unos zapatones de plataforma llenos de hebillas y tachas que brillaban en la oscuridad, como las argollas que tenía alrededor del labio superior que recordaban a los de un eral que va a ser colgado en una cámara frigorífica para su desuello.  A su lado, enfundado en un vestido de vinyl, con unos altísimos zapatos llenos de púas, se travestía un hombre de unos cincuenta y pico, que trataba de camuflar su tamaño con la discreción de sus movimientos.

          En la oscuridad del rincón entreví a otro, de cuyo enorme brazo emergería el rostro de un ser alienígena con una boca enorme que parecía gritar la destrucción de Dios, y cuyo cuello tenía tatuada la corona de junco espinudo con que se coronó al rey de los judíos…Un poco más allá se amontonaba un grupo de jóvenes con medias de red y llamativos atuendos de cuero rigurosamente negro (excepto una que tenía recogido el cabello en dos colitas. La minifalda negra que apenas le tapaba el rabo tenia motivos de conejitos de color rosa y un bolsito también rosa, con la forma de ese animal. Los conejos no hacían más que confirmar que de visiones insensatas se trataba).
¿Zombies? ¿Una casa tomada? Si hasta podía sentirse el olor de la naftalina.
           Para neutralizar el miedo recordé el poder omnímodo de la imaginación - y su absoluto desprecio por los límites. Cuando parecía que me relajaba de la nada surgió una pareja de replicantes que me hizo correr un escalofrío por la espalda. Eran altísimos, como altas las plataformas de los zapatos de ambos – abotinados los de la mujer- e imponentes. Ella llevaba una falda de vuelos y un ajustado corset. Con ese atuendo podía pasar por una enorme y oscura corista de la vieja casa del molino. El hombre, en cambio, con un ralo pelo rubio que le caía por debajo de los hombros en despeinados rulos algo canos, ojos de un azul contundente y el cuello tatuado con espeluznantes motivos, bien podía confundirse con  el azote de Dios, con un tártaro, uno de esos bárbaros a quienes la razón no pudo detener.

          Su largo sobretodo, seguramente comprado en una tienda de atavíos militares después de la campaña contra Rusia, lo hacía mas intimidante. Pasaron a mi lado, sin verme, para ubicarse justo debajo de las débiles luces. Con un rápido ademán, el hombre se sacó el abrigo y aproximándose a la mujer se pusieron a bailar una extraña danza al compás del metal industrial que llenaba el lugar.
Como un búho yo seguí mirando en derredor hasta que el acero galvanizado de la cañería que tenía cerca de mí me devolvió mi reflejo: sin afeites, con el pelo recogido a la manera tradicional, un vestido de mezclilla a media pierna y un saquito liviano, zapatos de medio taco y un paraguas con mango de madera listo a enfrentar las típicas lluvias del otoño, era más que probable que los huéspedes de ese ominoso lugar tuvieran mas miedo de mí que el que ellos me causaron.


 Hay que estar preparados.

        La frase no es una metáfora. Es una máxima que deberíamos escribir con lápiz labial en el espejo del baño para tener presente siempre. O agendar en la lista de cosas a hacer en la suite ofimática de nuestro ordenador. (Yo sigo con el viejo sistema, porque soy una romántica y no sé qué es una suite ofimática). 

Porque este dicho feliz, que podría convertirse en apotegma, no es de fácil seguimiento. ¿Significa que debemos llevar siempre un saquito? ¿Es suficiente con el cepillo de dientes?  ¿O es que tenemos que tener siempre un forro a mano? Las respuestas van a variar en función de las circunstancias y de las estaciones, como también de la mayor o menor predisposición a resfriarse o a irse de parranda.

 La expresión vale para todo tiempo y circunstancia, pero es especialmente predicable para los sábados por la noche: aunque pienses que no vas a salir, arréglate y estáte lista. La vida puede sorprenderte. Entonces no vas a correr el riesgo de terminar en un bar gótico/alternativo, vestida como Mary Poppins.


 
Catrina de Silvia Ji


(N. De la R.: para los hispanoparlantes que no están familiarizados con el slang argentino, se trata de un condón). 

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