Monday, December 20, 2021

 


Es otoño en esta parte del mundo, aunque para muchos es el mismo invierno.

Lo afirman de manera contundente los días nublados y grises, que se van callando mientras lo esperan.
El paisaje urbano se ve opaco y terroso hasta que, de repente, la nieve.
No sirve hablar del frío. Después de ver en una película el clima oceánico de Reyjavik, he comenzado a considerar el de esta ciudad con una embarazosa ternura.
Hace mucho que no escribo. Y cuando eso pasa se resiente todo. Como una silla vieja que cruje cada vez que vamos a sentarnos en ella.
No me es fácil ordenar las ideas. Navego entre rizomas, cosas que no tienen relación entre sí, y se niegan a encontrar un orden. De a ratos me siento en ninguna parte.
El uso del cubre bocas en una clase de Pilates o de karate, la situación de los refugiados afganos, la inflación rampante de la que no se escuchan quejas en estas latitudes.
Con este panorama, cómo pensar en los trucos e ilusiones que implica una narración y, lo que es peor, cómo hacer para sentirse satisfecho con lo que uno escribe cuando la mayor parte del tiempo se escriben cosas sin ningún valor.
Pero siempre está ese deseo de poner en palabras el íntimo aliento del momento; de compartir (que es como si habláramos en voz alta), una sensación, una emoción, el impacto que nos produce un hecho fortuito, un recuerdo, o una lectura que de repente nos conmueve, y todo lo que de inteligente o perverso tiene lo que vivimos.
La vocación termina imponiéndose, y la palabra fractura la tarde.





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